¡Tu carrito está actualmente vacío!
La música ya no suena igual. No porque haya dejado de producirse buena música —que la hay—, sino porque cada vez más personas escuchan lo que un algoritmo decide por ellas. Spotify se ha convertido en la principal forma de consumir música en el mundo, pero con esa comodidad ha llegado también un fenómeno silencioso: la pérdida del criterio musical propio.
¿Estamos dejando de tener gusto musical? ¿Nos estamos convirtiendo en oyentes pasivos, repetitivos, previsibles? ¿Qué pasa cuando dejamos que una inteligencia artificial nos diga qué debemos escuchar, cuándo, y cómo?
Spotify llegó como una solución práctica en un momento clave: el mundo se estaba digitalizando, la piratería reinaba, y nadie quería pagar 15 euros por un CD. Ofrecer millones de canciones por una cuota mensual fue una idea brillante. Pero como toda herramienta poderosa, también tiene efectos secundarios.
El algoritmo de Spotify —esa cosa abstracta que parece conocerte mejor que tu mejor amigo— decide lo que te sugiere en base a lo que ya has escuchado. Hasta ahí, suena lógico. El problema comienza cuando ese sistema, en lugar de expandir tu horizonte musical, lo reduce. Te encierra en una burbuja sonora donde suena siempre lo mismo con pequeñas variaciones.
Y así, como quien no quiere la cosa, dejas de buscar. Dejas de elegir. Solo das al play.
La diferencia entre “escuchar música” y “poner música de fondo” es abismal. Hoy, para muchas personas, la música es un ruido de compañía, una herramienta para concentrarse o para entrenar. No está mal. Pero hemos olvidado lo que es escuchar activamente: sentarse, prestar atención, absorber lo que suena.
Antes, descubrir música era un acto íntimo. Ibas a una tienda, veías portadas, escuchabas en los auriculares del mostrador, arriesgabas con un disco sin conocerlo. Hoy, te metes en una playlist tipo “Soft Indie Chill Sunday Mood” y suenan 30 canciones iguales. Bien producidas, suaves, agradables… y olvidables.
Aunque Spotify presume de tener millones de canciones disponibles, el 90% de sus reproducciones se concentran en un 1% de artistas. Es un fenómeno de concentración brutal. Mientras más gente usa la plataforma, menos diversidad real se escucha.
Este fenómeno tiene nombre: efecto de refuerzo algorítmico. Te gustan tres canciones de un estilo, y el algoritmo te encierra ahí. Te sugiere más de lo mismo. Es cómodo, sí. Pero a largo plazo, es como alimentarte solo de nuggets: rápido, familiar y cada vez más insípido.
¿Te acuerdas de poner un disco completo y no poder pasarlo? De leer las letras mientras sonaba la música. De mirar los créditos. De mirar la portada e imaginarte la historia detrás. Eso se está perdiendo.
El vinilo, el CD, incluso la cinta, te obligan a prestar atención. No es casualidad que el regreso del formato físico esté creciendo, especialmente entre jóvenes que nunca vivieron la era del vinilo. El acto de poner un disco, oler el cartón, escuchar con buenos cascos, no es nostalgia: es resistencia. Es una forma de decirle al algoritmo: “Yo elijo”.
Spotify paga mal a los artistas. Eso ya lo sabemos. Pero hay otro detalle más turbio: las grandes discográficas pagan para que sus artistas estén en las playlists más importantes. Las editoriales de Spotify están completamente curadas, no son neutras. Y muchos artistas no tienen posibilidad de entrar allí si no forman parte del sistema.
¿El resultado? Escuchamos lo que nos ponen delante. El algoritmo no es libre, es programado. Lo que crees que “descubriste”, ya había sido pagado para que te lo encontraras.
🎧 Escuchar en Físico: Una Experiencia Radicalmente Distinta
Una usuaria compartió en Reddit cómo Spotify le arruinó un velorio familiar al autoiniciar una playlist donde, tras una pieza instrumental, sonó un reggaetón a todo volumen. Otro usuario se quejaba de que, aunque marcaba canciones como “no me gusta”, el algoritmo se las volvía a sugerir semana tras semana.
Un músico relató que su canción “pegó” en Spotify… pero no sabía cómo ni por qué. Se viralizó por un video de TikTok de un gato, pero ahora está encerrado en ese estilo, porque si cambia, el algoritmo lo penaliza.
El gusto no es un don ni una moda: es algo que se cultiva. Escuchar discos enteros, descubrir rarezas, buscar música fuera de tu zona de confort es como educar el paladar. No se trata de ser elitista, sino de disfrutar de la diversidad, de no conformarse con lo que suena siempre igual.
Spotify te dice que te conoce, pero cada semana te recomienda lo mismo.
Te promete novedades, pero siempre te vuelve a poner esa canción que ya escuchaste 80 veces.
Te hace sentir especial con tu “Spotify Wrapped”, pero ¿y si solo resume tus repeticiones?
Es como ese ex que te hace reír… y también llorar.
Spotify no es el enemigo. Pero tampoco es tu amigo. Es una herramienta útil, poderosa, pero peligrosa si se convierte en tu único canal. Escuchar música con intención, volver al formato físico, apoyar a artistas comprando sus discos, es también una forma de reconectar con el placer profundo de la música.
Apaga el algoritmo de vez en cuando. Elige tú. Siente tú. Escucha tú.
🎶 ¿Cansado del “más de lo mismo”?
Redescubre el placer de escuchar música como antes.
Alan Stivell (Hacia La Isla)-LP
12,45 €
he Paramount Sessions-2xCD
6,50 €
Al Kooper
12,00 €